Antares de la Luz y la paradoja moral de Pablo Undurraga

Cultura

El día 25 de abril, Netflix sacudió nuevamente las pantallas con el estreno de Antares de la Luz: La secta del fin del mundo. Dirigido por Santiago Correa y producido por Fábula, este documental de true crime promete escudriñar hasta el último rincón de la historia de Ramón Castillo Gaete, el cerebro detrás de la secta de Colliguay, conocido como Antares de la Luz, y cómo logró conseguir que sus devotos seguidores lograran marcar nuestra historia de forma macabra en el 2013: el asesinato e incineración de un bebé de dos días de vida, hijo del propio líder. Con entrevistas exclusivas a antiguos miembros del grupo, principalmente Pablo Undurraga, quien desempeñaba un papel crucial como aporte económico, la producción nos ofrece una mirada sin precedentes a los entresijos de esta historia clavada en la memoria colectiva de los chilenos.

El relato ininterrumpido e incuestionado de Pablo Undurraga

El documental comienza con Pablo Undurraga relatando lo duro que fue para él estar preso y sentir que todo el penal quería matarlo, incluso los gendarmes. Desde el primer momento, se le presenta como una víctima, y claro que lo es, pero es importante saber que se puede ser víctima y victimario. Es un relato ininterrumpido de una hora y cuarenta minutos que, a mi parecer, no entrega nada que no se haya sabido antes sobre la secta de Colliguay. También, toma un vago protagonismo Natalia Guerra, madre del niño sacrificado, quien recibió una condena de 5 años por parricidio, pero posteriormente fue dada en libertad. Undurraga cuenta a lujo de detalle las atrocidades de las que fue parte tanto él como Guerra, sin ningún gesto en su rostro que refleje algún arrepentimiento. En sus ojos se puede ver el sufrimiento solamente cuando habla del bullying que recibió cuando niño por ser diferente al resto, lo cual lo llevó a caer en esta red de abusos tanto físicos como verbales por parte de Ramón Castillo, que logró hacerle creer a través de tomas de ayahuasca, que él era la reencarnación de Jesús y que lo estaba seleccionando para salvarse del fin del mundo en el 2012.

Pablo Undurraga en Antares de la Luz: La secta del fin del mundo.

En cuanto a su aspecto formal, el largometraje destaca por su excelente calidad de imagen. Además de Pablo, están los testimonios y análisis de profesionales tanto de PDI como de la salud, testigos, algunos miembros de la secta y familiares logrando que la forma en que los entrevistados se expresan esté hábilmente gestionada para garantizar que se les comprenda en su totalidad, ya que, como es común en Chile, tendemos a hablar de forma entrecortada y rápida.

El género del true crime surge del intenso interés en comprender el funcionamiento de las mentes criminales y las motivaciones detrás de actos atroces, como el asesinato, incluso en casos de violencia masiva. Es imposible el poder comprender a Antares de la Luz, debido a su suicidio en Cusco luego de enterarse que la policía chilena estaba en su búsqueda y en la de sus cómplices, y aunque estuviese vivo, de ninguna forma se puede borrar la responsabilidad de Pablo y Natalia. Ellos decidieron creer y confiar, aún sabiendo que estaban en una secta.

Personalmente, creo que este documental quedó al debe porque la información de este caso es fácilmente accesible con una simple búsqueda en Google -así como Undurraga escribió “secta” en el mismo buscador, pero lo que realmente buscamos es profundizar y comprender las motivaciones detrás de las acciones de las personas involucradas, más allá de simplemente atribuirlo a trastornos psiquiátricos o abusos de sustancias alucinógenas, cosa que, en este largometraje, no se logra.

Para mí, explorar el fenómeno de las sectas siempre me resulta intrigante, ya que nos invita a desentrañar las múltiples capas que lo componen, y este documental solamente me deja una interrogativa no personal, sino mayoritariamente colectiva y crítica: ¿Antares de la Luz: La secta del fin del mundo, es un lavado de imagen a Pablo Undurraga?