Un luchador chileno encontró en el kickboxing no solo su pasión, sino también una forma de enfrentar un sistema deportivo plagado de corrupción y negligencia. Desde su amor infantil por las artes marciales hasta su consagración como campeón mundial, la historia de Sharkey es un testimonio de perseverancia y coraje. En un país donde el fútbol acapara toda la atención, él demuestra que la verdadera grandeza puede florecer incluso en las sombras.
En un nuevo día, el reloj marcaba la hora favorita de Aaron, aquella que lo hacía correr hacia el sillón para ver su programa preferido en la televisión junto a su padre. En la TV se mostraba una serie que se centraba en el Kung-fu, aquella que hizo que ese niño de cinco años se enamorara de las artes marciales.
La rodilla vendada y lesionada, el sudor resbalando por su frente, y todo su cuerpo exhausto eran todo lo que los espectadores podían ver en aquella final de campeonato de Kung-fu. Aaron, con solo 11 años, luchaba con una valentía desbordante por su primera medalla, cada movimiento cargado de esfuerzo y determinación juvenil. Así es como Sharkey inició su carrera profesional en las artes marciales. Con un objetivo en mente: ser campeón mundial.
Sin embargo, para alcanzar ese sueño tan lejano, Aarón necesitaba apoyo y un entrenamiento riguroso. Decidió unirse a una federación de karate, una de las muchas artes marciales que amaba. Pero pronto se enfrentó a una realidad chocante. “Las federaciones de karate y todas las federaciones chilenas están mal manejadas. Hay mucha mafia“, comenta Aarón con franqueza.
A medida que profundizaba en su entrenamiento y se adentraba más en el mundo del karate, se dio cuenta de que la pasión por el deporte no era suficiente para superar las barreras estructurales impuestas por la corrupción. La “mafia” que menciona no es un término usado a la ligera. En las federaciones deportivas chilenas, existe una red de favoritismos y prácticas poco éticas que benefician a unos pocos mientras marginan a la mayoría. Esto se traduce en una selección de talentos basada no en el mérito deportivo, sino en conexiones personales y ventajas indebidas.
Los relatos de atletas que han sido testigos de maniobras oscuras son numerosos. Desde la asignación injusta de fondos hasta la manipulación de competencias y clasificaciones, la corrupción en las federaciones crea un ambiente en el que el verdadero talento y el trabajo duro a menudo pasan desapercibidos. Para Aarón, esta realidad era un desafío adicional que debía superar. No solo tenía que entrenar más duro que sus competidores internacionales, sino que también tenía que navegar en un sistema que no siempre estaba dispuesto a apoyarlo. La lucha de nuestro personaje no era solo contra los oponentes en el tatami, sino también contra un sistema que parecía decidido a frenarlo en cada paso de su camino.
A pesar de los obstáculos en el trayecto y la decepcionante realidad que enfrentaba, nada podía desviar al joven prodigio de su objetivo. Continuó entrenando con una dedicación inquebrantable, derramando sudor, sangre e incluso lágrimas. Subió de rango en los cinturones de karate y dominó nuevas técnicas de Kung-fu. Sin embargo, al darse cuenta de que no podía alcanzar su sueño en estos deportes, empezó a especializarse en un nuevo deporte de contacto: el kickboxing, ya que el Kung-fu y el karate, no le permitirían darse a conocer a nivel internacional.
Una vez que se unió a la selección nacional, Aarón comenzó a ascender en los rankings, escalando posiciones entre los mejores. Su perseverancia y talento finalmente le brindaron la oportunidad de su vida: pelear por el título nacional de Full Contact. A los 17 años, después de una ardua lucha, logró ganar este prestigioso título.
“Más o menos a mis 35 años me uní a dos federaciones de kickboxing, dos federaciones grandes, y eso me abrió las puertas para pelear mi primer titulo del mundo. Mi objetivo era pelear internacionalmente, y solamente lo podía hacer entrando a estas federaciones y dedicándome al kickboxing”, relata el actual campeón mundial.
Pasaron años, en los que el joven prodigio no desperdició su tiempo, entrenó, fundó una escuela de karate en Iquique, dio clases en un gimnasio en Las Condes y ganó torneos por doquier. Esto lo llevó a ser reconocido y obtener contactos, uno de ellos, cambió su vida por completo: Herman Arias, el hombre que ostentaba el puesto de campeón americano de Full Contact, a quien Aaron desafió a una pelea para disputar el título. Enfrentamiento que fue organizado y costeado por el mismo retador, al no contar con ningún apoyo monetario. “Quedé con pérdidas, endeudado” comenta nuestro protagonista.
“Recuerdo esa pelea por el hambre que tuve de conseguir el titulo. Fue entretenido estar metido en los canales de comunicación. En la calle igual me conocían y me pedían fotos”, rememora Aaron con una sonrisa nostálgica. “En la pelea entregué mi máximo, pero no se pudo, Herman venía mejor preparado, estaba en su mejor momento”. A diferencia de lo que la mayoría piensa, esta derrota incrementó aún más el hambre de victoria que tenía Sharkey. Esta característica y sus fuertes convicciones, lo llevaron a nuevamente tener la oportunidad de obtener el cinturón del mejor del mundo contra Marco Sies, campeón de seis federaciones.
El día esperado llegó, aquel con el que tantas veces había soñado el chileno: “La pelea fue pésima, malísima en todo sentido. Mal preparado, problemas de organización, no llegué al peso, me tuve que deshidratar en un baño sauna, el mismo día tuve que botar tres kilos en la sauna y eso me dejó débil. Además, fue poca gente”, relato que deja en evidencia el poco apoyo y visibilidad que se le da en Chile a estos deportes. “Poco menos tuve que estar en la entrada cobrando tickets y luego ir a vestirme. Estuve preocupado todo antes de la pelea, de que funcione la portería, que no llegaban los peleadores, armando todo, sin calentar, habiendo bajado kilos en la mañana. Y para peor, Marcos me golpea y pierdo el conocimiento en el ring. Ahí quedé en reposo durante 15 días”. La pelea duró un round y medio.
En nuestro país, deportes como el kickboxing y el karate enfrentan una lucha constante no solo en el ring, sino también contra la indiferencia y mala gestión. Estas disciplinas, llenas de disciplina y valores, son frecuentemente relegadas a la periferia del interés público y gubernamental. Las federaciones están mal manejadas y carecen de recursos y apoyo institucional, lo que obliga a los deportistas a organizar y financiar sus propios eventos, enfrentándose a la burocracia y la corrupción. Esta situación desmotiva a los atletas y erosiona las bases del deporte, mientras el fútbol acapara la mayoría de los recursos y la atención mediática. La falta de infraestructura y apoyo financiero, junto con la ausencia de políticas deportivas inclusivas, impide que muchos talentos emergentes tengan las oportunidades que merecen.
La pelea llevó al subcampeón de la disputa a sentir una rabia y decepción inconmensurable mientras se encontraba recuperándose en cama, esto llevó a que se planteara una decisión que daría un vuelco en su vida: no volver a pelear. “Cuando estaba en recuperación en casa de mi mamá, recuerdo verla sufrir por mí, subía, me daba la comida, se esforzaba. Me sentía como una carga. Decidí no volver a hacerlo”. Sin embargo, tras mucho pensar, no solo sanó físicamente, también lo hizo mentalmente. “La derrota no fue culpa mía, fueron situaciones adversas”. Aaron volvió a entrenar con la disciplina que lo caracteriza, y esta vez, estaba confiado en que lo lograría, sería campeón mundial.
El combate que cambió todo
Ocho años después, tras haber ganado el logro de campeón latinoamericano y haber acumulado numerosas medallas, trofeos y diplomas, se presentó nuevamente la chance de disputar el título mundial, que estaba vacante en ese año y se enfrentaría a el ecuatoriano Freddy Cedeño.
En el año 2008 se dio tan anhelado por el aspirante a campeón finalmente se materializó, y la pelea se llevó a cabo. En un gimnasio de Maipú, eran las 19:00 horas y Aarón se encontraba sobre el ring, con la determinación marcada en su rostro. “Lo único que esperaba era que sonara el timbre para salir a luchar como nunca. Sabía que, si perdía, podría significar el fin de mi carrera“, confiesa con voz firme.
Freddy, con su agresividad característica, su aura intimidante y movimientos precisos, presionaba a Aarón en cada segundo del combate. Pero Aarón, lejos de amedrentarse, se defendía y contraatacaba, apoyándose en los aprendizajes de sus maestros, en sus años de experiencia y en las lecciones aprendidas de cada derrota. Esta lucha intensa le pasó factura. Al final del segundo round, Sharkey se dio cuenta de que si continuaba en esa dinámica, perdería. Estaba visiblemente agotado y jadeante, mientras que Freddy permanecía imperturbable, sin mostrar señales de fatiga. Con una resolución férrea, miró a su padre a los ojos y dijo con convicción: “Lo voy a noquear”.
Observando atentamente, se dio cuenta de que su rival dejaba su guardia vulnerable por un breve instante cada vez que lanzaba un golpe de revés. Aprovechando esta brecha, Aarón contraatacó con precisión milimétrica. En un momento crucial, cuando Cedeño repitió su movimiento, Aarón respondió con un golpe devastador que dejó a su oponente fuera de combate, cayendo noqueado al suelo.
Con cada segundo que pasaba, la tensión en el aire era palpable. Los espectadores contuvieron el aliento mientras el árbitro contaba lentamente hasta diez. Finalmente, el timbre sonó, anunciando la victoria de Aarón Sharkey y el ascenso triunfal al título de campeón mundial.
“No lo podía creer. En ese momento no sentí nada, no lo asimilaba, no me creía que yo era el nuevo campeón. Me bajé del ring con un raro sabor de boca. Fue recién en el camarín, cuando fui a saludar a Herman, que se encontraba en el lugar, que me di cuenta de lo que había pasado”, Aarón me comentó con una mirada nostálgica. “Nunca olvidaré lo que me dijo ‘Yo campeón, saludo a otro campeón’. Ahí fue cuando me di cuenta de que yo también era campeón. Y las lágrimas se me salieron de los ojos, y Herman me abrazó y me dijo ‘llora, weón, llora. Porque esta sensación solo se vive una vez. Yo te entiendo, yo sé lo que se siente, así que llora’.”.
La silenciosa lucha de las artes marciales en chile
En el relato de nuestro campeón mundial, encontramos una poderosa lección sobre perseverancia y pasión en el mundo de las artes marciales. Su camino hacia el título mundial no solo estuvo marcado por el sacrificio personal y el arduo entrenamiento, sino también por enfrentar las duras realidades de un sistema deportivo marcado por la corrupción y el abandono.
En Chile, deportes como el kickboxing y el karate a menudo luchan en las sombras, eclipsados por el dominio del fútbol y la falta de apoyo institucional. Las federaciones mal gestionadas y la falta de recursos adecuados perpetúan un entorno desafiante para los atletas dedicados, quienes deben asumir roles de organización y financiamiento por sí mismos. Esta situación no solo limita el desarrollo del deporte, sino que también niega a muchos talentos la oportunidad de brillar y representar a su país en competiciones internacionales.
La historia de Aarón es un recordatorio conmovedor de la resiliencia humana y el poder transformador del deporte. A través de su determinación incansable y su capacidad para superar adversidades, logró no solo alcanzar sus sueños, sino también inspirar a otros con su historia de éxito contra viento y marea.
Es crucial que reconozcamos y apoyemos a los deportistas que dedican sus vidas a disciplinas menos populares, pero igualmente enriquecedoras. Cada victoria suya no solo es un logro personal, sino también un llamado a reformar y fortalecer nuestro sistema deportivo para que todos los talentos puedan florecer y representar dignamente a Chile en el escenario mundial.
En última instancia, Sharkey no solo se convirtió en un campeón mundial, sino en un símbolo de la determinación inquebrantable que define a los verdaderos atletas. Su historia merece ser celebrada y compartida, no solo por su éxito en el ring, sino por su capacidad para superar las barreras que enfrentó y por mantener viva la llama de su pasión por las artes marciales en un contexto tan desafiante como el chileno.
Escrito en memoria de Adolfo Sharkey Sánchez
“Mi papá fue mi manager y entrenador. Siempre me acompañó a todos lados, siempre estuvo en la esquina del ring. Y ahora que yo soy papá, miró a mis hijos en los torneos, y puedo comprender lo que el sentía cuando me veía a mí (…) Él es muy importante para mí”.